Durante mi proceso de recuperación, descubrí una comunidad que se resistía a aceptar algo que me habían inculcado sobre los relatos –que debían ser únicos– y que se atrevía incluso a sugerir todo lo contrario: para que fuera útil, un relato no debía ser único, sino contemplarse como algo que alguien había experimentado y que otros experimentarían en el futuro. Nuestras historias eran valiosas en la medida en que eran redundantes, no a pesar de ello. La originalidad no era el ideal y la belleza no era el objetivo.