mismo y actuar en consecuencia. Sin embargo, en lo tocante al alcohol, había diseccionado mis motivaciones en mil charlas sinceras –con amigos, con psicólogos, con mi madre, con mis novios– sin que ese vasto conocimiento de mí misma sirviera para liberarme de una conducta compulsiva.
La quiebra de este silogismo –si me comprendo a mí misma, me pondré bien– me hizo cuestionar la veneración que había llegado a sentir por el concepto mismo de conciencia personal, que se había convertido en una