Leslie Jamison

Rhys nunca se vio a sí misma como una genial tarambana, a diferencia de los escritores alcoholizados de su generación, porque la obligaron a verse como una madre fallida

Emborracharme se me antojaba lo contrario a la restricción. Equivalía a libertad. A ceder al deseo en lugar de negarlo.

Cuando bebes un chardonnay de tres al cuarto llamado Two Buck Chuck («Trago de dos pavos») –y lo haces a solas en un futón mientras buscas en Google a antiguos compañeros de instituto y curioseas en las empresas inmobiliarias para las que trabajan–, la temperatura es lo de menos.

aquella época, todavía albergaba cierta idea romántica de mí misma como una escritora solitaria, que se daba a la bebida por las noches pero se despertaba todas las mañanas para trabajar en su novela, aunque sería más acertado sustituir ese «pero» por un «y además» o un «porque»

pensadora Eve Kosofsky Sedgwick sostiene que la adicción tiene menos que ver con la sustancia en sí que con «el añadido de las propiedades místicas» que el adicto proyecta sobre esta. Atribuir a la sustancia la capacidad de brindar «consuelo, tranquilidad, belleza o energía –afirma– solo puede ejercer un efecto corrosivo en un yo que se construye así como carencia».

«Confesar que te aburres / significa que no tienes / vida interior.» Desear emborracharse –o por lo menos desearlo tanto como lo hacía yose me antojaba una confesión similar.

La adicción no me sorprende. Me resulta más sorprendente que algunas personas no sean adictas a nada. Desde mi primera borrachera, me preguntaba por qué no se emborrachaban a diario todos los habitantes del planeta. Los adictos suelen describir cada «colocón» como un intento de reproducir el primero que experimentaron –el más puro, el más revelador–

Bebía para huir de mí misma o para buscarme, según la excusa que me diera a mí misma.

me sentía CULPABLE pero a la vez me estaba ENAMORANDO y todos mis sentimientos eran INABARCABLES y existían en LETRAS MAYÚSCULAS. Engañar a Peter había estado MAL pero este nuevo hombre era ALUCINANTE y nuestra relación era una PASADA y yo era la PEOR persona del mundo pero también la MEJOR, porque ese nuevo amor era INFINITO, aunque el precio del AMOR había sido el PECADO y el precio del PECADO debería ser el SUFRIMIENTO.

Su dependencia del alcohol es un vuelo frustrado hacia la trascendencia, como el perro que, encadenado a un poste, ladra al cielo.