De vez en cuando, muy de vez en cuando, digamos que un domingo de lluvia a las cuatro de la tarde, le da un ataque de pánico, y casi le deja sin aliento la soledad. Se sabe que ha cogido una o dos veces el teléfono para asegurarse de que no esté estropeado. A veces piensa en lo bonito que sería que la despertase de noche una llamada: «coge un taxi ahora mismo», o «tengo que verte, tenemos que hablar».