Nos encanta pensar que nuestros gustos culturales y de ocio son, hasta cierto punto, «naturales» —me he apuntado a este triatlón, veo este programa, me descargo este pódcast ¡porque me gusta!—, pero cada una de nuestras elecciones se ve enturbiada por nuestra percepción de lo que dice sobre nosotros, y por las conversaciones de las que quedaríamos excluidos en caso de optar por no llevarlas a cabo