Fiódor Dostoyevski

  • Melanie Chris Oyanader Lealцитирует7 месяцев назад
    Si nos abandonan, si nos retiran los libros, nos veremos inmediatamente en un embrollo, todo lo confundiremos, no sabremos adónde ir ni cómo ir, ignoraremos lo que se debe amar y lo que se debe odiar, lo que debe respetarse y lo que sólo merece desprecio.
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    , Krestyan Ivanovich -prosiguió el señor Goliadkin en el tono de antes, algo irritado y perplejo ante el obstinado mutismo del m
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    Pero aunque el señor Goliadkin dijo esto con la mayor precisión, claridad y suficiencia, ponderando las palabras y calculando su posible efecto, lo cierto era que ahora miraba a Krestyan Ivanovich con inquietud, con gran inquietud, con grandísima inquietud.
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    -¡Ah! ¿Conque así están las cosas?
    -Sí, Krestyan Ivanovich. ¡Así andamos todos! ¡Pobre viejo! Tiene ya un pie en la sepult
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    ¿Cómo? -Andrei Filippovich estaba visiblemente confuso.
    El señor Goliadkin, que hasta entonces venía hablando desde el pie de la escalera y
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    día -ese día festivo del cumpleaños de Klara Olsufievna, hija única del consejero civil Berendeyev, antaño benefactor del señor Goliadkin- fue celebrado con una soberbia y magnífica comida como no se había visto desde
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    Huelga decir que mi pluma es demasiado torpe, roma e imprecisa para describir como Dios manda el baile improvisado con inusitada amabilidad por nuestro venerable anfitrión.
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    damas que más que damas parecían hadas -dicho sea en favor suyo-, con hombros y rostros en que se mezclaban la rosa y el lirio, talles cimbreantes, piececitos ligeros y juguetones, homeopáticos, por decirlo con pedantería?
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    Acababan de sonar las doce de la noche en los relojes que marcan y dan la hora en todas las torres de Petersburgo cuando el señor Goliadkin, fuera de sí, corrió al muelle de la Fontanka, junto al puente Izmailovski, para zafarse de los enemigos que le perseguían, de los insultos que en aluvión caían sobre él, de los gritos de alarma de las viejas, de los lamentos y suspiros de otras mujeres y de las miradas aplastantes de Andrei Filippovich.
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    Aunque la nieve, la lluvia y otras tribulaciones nefandas, c
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