Para Kierkegaard, verdad y experiencia están inextricablemente entrelazadas; había que abandonar la idea de que la filosofía era una especie de ciencia exacta.
Anteriormente, se había basado la certeza filosófica en la epistemología, que estudia los fundamentos del conocer, pero Kierkegaard insistía en que el ser humano es mucho más que su pensamiento; no somos solo una mente que razona adosada a un cuerpo. Los seres humanos no son sencillamente, ni siquiera primariamente, «sabedores». También deciden, eligen, actúan, sufren y experimentan una amplia gama de emociones que colorean su experiencia; estas son también parte integral de la experiencia: están todas implicadas en lo que significa ser humano. De esto tenía que tratar la auténtica filosofía, según Kierkegaard. Tendría que ser una «filosofía de la existencia» (i.e., existencialismo, la palabra que él acuñó).