Andrea Izquierdo

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    Y no había nada más humano que morir.
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    Helen se miró de arriba abajo y después hizo lo mismo con James.

    —Sí, claro... Dame cinco minutos, que me dé una ducha y me cambie de ropa. —Se volvió hacia James—. Cuando quieras volver a perder, avísame —le dijo mirándolo de soslayo con los ojos brillantes.
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    —Pero eso no es algo que haya elegido, Trenzas.

    —Me da igual, Pecas.

    El chico se las frotó para ocultar que se estaba poniendo rojo.

    —Si dos personas magas tienen un hijo..., ¿sale mago? —preguntó Helen de la nada.

    —Qué va... —respondió él.

    Y así pasaron el resto de la noche. Poco después, Gemma y Kurt se fueron a la Sala de Aire y se quedaron ellos dos solos. Helen no se había dado cuenta de lo alto que era James hasta que lo tuvo justo al lado. Ella era alta, pero el chico le sacaba media cabeza. Mientras lo miraba, James se volvió a frotar las pecas y se encogió del frío cuando llegó una ráfaga de aire.

    —Toma —le dijo Helen, quitándose la bufanda—, yo no la necesito. Puedo subirme el abrigo.

    —Vaya, qué romántico —dijo James, poniéndosela después de rechistar un par de veces—. Huele a... ti.

    Helen levantó las cejas.

    —¿Y a qué huelo exactamente?

    James sacó a la luz sus dotes de payaso y exageró como si estuviera esnifando la bufanda.

    —Hueles a dudas, pero también a valentía. A independencia, aunque también a un gran apego a tu familia. Y un poquito a vainilla, sí. —Se rio.

    Ella agitó la cabeza ante las tonterías que había soltado.

    —Dime si huelo a aprobado mañana.

    —A ver, déjame que lo consulte... Mmm... Sí, efectivamente. Mi más sincera enhorabuena.

    —Mi más sincero agradecimiento.
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    Helen repitió la frase en su mente varias veces para entenderla.

    —¿Cómo puedes saber tantas cosas tan... aleatorias?

    La chica no supo bien qué palabra escoger.

    —Cuando era pequeño me cayó sobre la cabeza una enciclopedia.
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    —Estaban neutralizando a todos los animales que habían revivido. Joder, qué puto cague... Al principio me daba pena matar a uno de ellos, pero luego pensé: «James, tanta pena no te da cuando te vas al KFC y te metes un cubo de alitas de...».

    —James, no hay tiempo que perder —lo cortó Helen
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    La ignorancia era una compañera tentadora.
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    —¿Tienes una nueva mascota con forma de oso aterrador y el primer nombre que se te pasa por la cabeza es... Teddy, como si fuera un osito de peluche?

    James se encogió de hombros, torciendo una sonrisa.

    —Te he echado de menos.
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    —Ahora mismo somos los piojos de Lady Liberty. ¿Sabías que hay unas tres mil especies de piojos diferentes? —le dijo James al oído.

    De pronto, el suelo se movió y Helen dejó de sentir las piernas durante unos instantes. Se oyeron gritos. En cuestión de segundos, todo volvió a la normalidad.

    —Vaya, parece que Lady Liberty os ha escuchado —dijo el Jefe de Aire, mirando directamente a James.

    Helen tuvo que apretar con fuerza los labios para no reírse, aunque estaba tan asustada que le habría salido más bien una risa nerviosa.
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    —De eso nada. Cada uno tenemos nuestras experiencias, y que alguien lo pase peor que tú no significa que las tuyas no cuenten.

    James le dio un beso en la frente y la abrazó con más fuerza.
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    Helen pensó que Noire no podría mantener el ritmo, pero su Aura corrió junto a ellas durante todos los kilómetros que separaban el centro más turístico de Nueva York y el bosque. Hasta parecía disfrutarlo. Corría a su lado, tan veloz que apenas era capaz de distinguir el movimiento de sus patas.
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