Mercedes Abad Calvo

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    El problema es que la hija jamás le ha preguntado en qué preciso instante tomó la decisión de llevarla al endocrino y, a decir verdad, tampoco proyecta hacerlo ni a corto ni a medio plazo por la sencilla razón de que prefiere inventárselo.
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    Le fastidiaría mucho pensar que su madre la llevó al endocrino contagiada por alguna amiga, aunque llamar amistad a las relaciones cultivadas por su madre en el mercado, la tienda de ultramarinos, el Salón del Reino de los Testigos de Jehovà o la puerta del colegio, cuando los iba a buscar a ella y a sus hermanos, suponga conferir un honor inmerecido a aquellos roces efímeros y triviales, ajenos al verdadero afecto tal y como lo entiende la hija.
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    Ni siquiera importa que Susana prefiera en el fondo de su alma que la decisión materna fuera totalmente propia, libre de enojosas influencias exteriores.
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    deseosa de complacer o, mejor dicho, temerosa de disgustar, una niña, en suma, más bien medrosa y
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    –No –contesta sin dudarlo un instante la niña con triunfal orgullo y cierta ferocidad, escupiéndoselo al mundo en general y a su madre en particular, como un condenado a muerte que no admite últimos cigarrillos ni tonterías de esa clase.
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    Pero hay un gesto, en cambio, que traduce y contiene a la perfección la esencia del momento, y es que la niña gorda, en lugar de seguir a su madre mansamente hasta el interior del edificio donde atiende el endocrino, se abre paso, aprovechando una ligera vacilación de la madre, y la precede, entra primero, se precipita a su destino con la frente bien alta, en lo que quizá sea su primer gesto claro de soberanía
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    Siempre hay la misma cantidad de poder, piensa entonces Susana; lo que tú ganas, siempre hay alguien que lo pierde.
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    «De dónde habrá sacado esta niña tanto pecho», exclama poniendo los ojos en blanco como si la envidiara, cuando en el fondo Susanita sospecha que no la envidia para nada, como tampoco la envidian quienes oyen reírse a su tía y, aun sin sumarse a esas risas, las hacen suyas en silencio, disimuladamente.
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    Susanita se da perfecta cuenta de que su tía desea congraciarse con ella y cree que un helado es una baza segura; no en vano es una niña tragona y a todas horas siente un apetito voraz que los adultos muchas veces se aplican a reprimir.
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    Ahora, sin embargo, tiene un nudo en el estómago y ganas de llorar.
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