La obvia ironía de What the Flip? es que Grindr, por naturaleza, anima a sus usuarios a dividir el mundo entre los que son objetos sexuales factibles y los que no conforme a unos marcadores de identidad de lo más toscos, a pensar en términos de «requisitos» y «líneas rojas» sexuales. Con ello, Grindr no hace más que ahondar esos surcos discriminatorios por los que se mueven ya nuestros deseos. Pero podría decirse que las citas online –y, en especial, las interfaces sintéticas de Tinder y Grindr, que reducen la atracción a los elementos esenciales: cara, altura, peso, edad, raza, frase ocurrente– han cogido lo peor de la actual situación de la sexualidad y lo han institucionalizado en nuestras pantallas.