Ya no será necesario este asunto de la probabilidad de ser feliz y preguntarse cuántas veces, dónde exactamente, cuánto. No será necesario ensuciarse las manos con la sangre de otros o la propia. Habitaré la tierra sembrada con sal, en sus extensas llanuras existiré sin simetría posible. Iré donde los venados beben linfa, donde moriré ayer y para siempre. Donde he olvidado la latitud de tu cuerpo, sus coordenadas. Mi lenguaje atardece, pero esta luz, aunque sea a ciegas, ya es ganancia. Camino sobre la sombra de mis muertos como piedras para cruzar el río.