La primera parte de Crónicas de un pueblo inglés no tenía nada de particular, pues se trataba, efectivamente, de la crónica de la vida en un pueblo inglés. Podía haber sido aburrida, pero los personajes estaban muy bien retratados y la sencillez del estilo era tan asombrosa que uno no paraba de preguntarse si tenía intención satírica o no. La segunda era más fantástica: un niño prodigioso pasaba por el pueblo tocando un caramillo y, al ensalmo de la música, los aldeanos hacían cosas raras. Muy curioso, poco corriente, provocativo y, cosa rara, sumamente entretenido también. Sabía por experiencia propia que no era imposible dejar de leerlo hasta el final