D.H. Stevenson

  • Dianela Villicaña Denaцитирует9 месяцев назад
    Llevaba tantos años en la Casita de Tanglewood que había perdido la cuenta; desde que la señorita Buncle era una niña pequeña y rechoncha que iba en un cochecito de mimbre. Primero fue su niñera y, después, su criada. Más adelante, cuando se marchó la doncella de la señorita Buncle, se hizo ella cargo del puesto; a veces, si había algún trastorno doméstico, le tocaba hacer el papel de cocinera.
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    Leyéndolo y dudando. Disculpando las exageraciones de Sam, habida cuenta de su juventud e inexperiencia, la verdad es que había acertado con Crónicas de un pueblo inglés y había que reconocérselo. No era la obra de un genio, por descontado, pero tampoco eran torpezas de un idiota; el autor solo podía ser un hombre muy inteligente que se reía hasta de su sombra o una persona muy sencilla que escribía con toda la buena fe
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    Aunque, por descontado, el autor tuviera sus propias ideas, él estaba convencido de que había que redactarlo con sumo cuidado, sin dar la menor pista, ni la menor, sobre si el libro era una sátira exquisita, solo comparable al primer capítulo de La abadía de Northanger, o una sencilla crónica de acontecimientos vistos con la mirada inocente
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    En realidad es una sátira, para qué vamos a engañarnos –pensó cerrando los ojos–; sin ir más lejos, la escena romántica en el jardín a la luz de la luna, y la otra en la que el joven empleado de banca dedica a su cruel enamorada una serenata con mandolina; y la de las dos señoras dignas y formales que se compran pantalones de montar y se van al Extremo Oriente. Sin embargo, en conjunto es sencillo y fresco como el aroma del heno recién cortado. Heno recién cortado, me gusta –se dijo–. No sabía si ponerlo en el texto de promoción o dejar que lo descubriera el lector. ¡Qué tonto era el público! Era exactamente un rebaño de ovejas –pensó, adormilado–. Van uno detrás de otro como tontos, no reparan en tal libro, pero compran el de al lado solo porque lo compran los demás, aunque no hay manera de saber qué ven en el uno o dejan de ver en el otro. Pero este libro… éste tiene que salir. Hay que publicarlo.»
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    Era preciso que John Smith se presentase en el despacho lo antes posible, porque, si el libro tenía que entrar en la programación de otoño, no había tiempo que perder. John Smith, ¡menudo nombre! Un seudónimo, por supuesto, y muy en consonancia con el carácter del libro
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    Llegó a la conclusión de que la esencia de la novela era la caracterización de los personajes. Éstos eran muy reales, todos y cada uno resultaban convincentes. Todos y cada uno respiraban como seres vivos. No había ninguno lineal ni superficial, cosa muy rara, por cierto. La estructura tenía algunos defectos evidentes,
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    La primera parte de Crónicas de un pueblo inglés no tenía nada de particular, pues se trataba, efectivamente, de la crónica de la vida en un pueblo inglés. Podía haber sido aburrida, pero los personajes estaban muy bien retratados y la sencillez del estilo era tan asombrosa que uno no paraba de preguntarse si tenía intención satírica o no. La segunda era más fantástica: un niño prodigioso pasaba por el pueblo tocando un caramillo y, al ensalmo de la música, los aldeanos hacían cosas raras. Muy curioso, poco corriente, provocativo y, cosa rara, sumamente entretenido también. Sabía por experiencia propia que no era imposible dejar de leerlo hasta el final
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    Era soltero, vivía en Hampstead Heath, en una casita muy agradable que tenía un jardín pequeño. Cuidaba de él un matrimonio, de apellido Rast, que le hacía la vida sumamente cómoda
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    ¿Copperfield es Silverstream, en realidad? –preguntó el señor Abbott
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    Pero la segunda parte… seguro que la segunda parte no es real, ¿verdad? –dijo el señor Abbott con voz entrecortada
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