—Me gustaría largarme de este antro —le dije—, y creo que lo haré. Casi tengo que pagarle a la fábrica para trabajar allí.
Le expliqué cómo era mi trabajo y lo que ganaba y él sonrió con desdén.
—Déjalo, muchacho, déjalo. No te lo has podido montar peor: sólo sacas para comer y para eso no hay necesidad de hacer nada; hasta los gatos callejeros se las ingenian para conseguir comida. Además —y aquí elevó un poco el tono de voz—, en la carretera se aprenden cosas. ¿Qué diablos vas a aprender aquí? Te apuesto lo que quieras a que en este antro nadie se entera de qué va la vida.