mal jamás habría conseguido posiciones respetables si no se las hubiera arreglado desde siempre para mostrar un lado agradable. No habría podido atraer, seducir e impulsar a la gente si no hubiera sabido enmascararse como lo normal, humano y necesario. Si los propulsores, ejecutores e intérpretes de los baños de sangre hablan continuamente de libertad e igualdad, de propiedad y progreso, de derecho humano, constitución y dominio de la razón, incluso si momentáneamente nos entusiasman a todos con sus arengas, ello no demuestra más que han asistido, con éxito, a las clases de retórica del demonio; y qué poco capaces somos aún de inmunizarnos frente a sus sugestivos discursos.