Ahora sé que la de los cincuenta no era más que un mero ensayo o un prólogo de la auténtica crisis, la de los sesenta, en la que estoy sumido y se corresponde con una vida aún más alcoholizada que he convertido en un infierno cotidiano lleno de incertidumbres —salvo la certeza de la vecindad de la muerte— y visitado por entelequias de pesadilla cuya irrupción por la noche, en mi cama, es el peor efecto tras haber llegado más allá