quería sentarme en las escaleras de nuevo, en la ausencia de la tarde, para volver a sentirlo. Y aquello regresaría y se iría y regresaría de nuevo hasta que pudiera aprehenderlo y fuera mío y pudiera recordarlo todo y pudiera haberlo visto y vivido todo, a pesar de que toda la luz del Tiempo cayera sobre mi recuerdo, con los ecos sombríos de mil vidas, sobre esa breve suma de mí mismo, sobre el universo de mis cuatro años, que era demasiado escaso para ser medido, tan lejano, tan irrecuperable como un recuerdo sin fin.