¿Cómo pudo ordenar algo así, sabiendo que el Antiguo Testamento prohíbe expresamente a los israelitas beber la sangre de los animales? A mi juicio, la misma razón por la que Dios no permitía, en la antigua Alianza, consumir esa sangre, es la que llevó a Jesús a beber la suya: «Porque la vida [en hebreo, nephesh] de la carne está en la sangre» (Lv 17, 11). Jesús conocía la Ley de Moisés, y por lo tanto sabía que el poder de su vida resucitada —en realidad, de su alma— estaba en su sangre.