Una frase ¡ay! comienza a divulgarse por los presbiterios, una de esas horribles frases llamadas «de soldado» y que, no sé cómo ni por qué, parecieron graciosas a nuestros antecesores, pero que los muchachos de mi edad hallan tan feas y tan tristes. (Es además sorprendente que el argot de las trincheras haya logrado expresar tantas ideas sórdidas en imágenes lúgubres... ¿Pero era realmente el argot de las trincheras?...). Se repite de muy buena gana que «no hay que tratar de entender». ¡Dios santo! ¡Si estamos aquí justamente para eso!