La Iglesia tiene los nervios sólidos y el pecado no la atemoriza, sino todo lo contrario. Lo contempla frente a frente, tranquilamente, e incluso, siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor, lo toma sobre sí. Cuando un buen obrero trabaja convenientemente los seis días de la semana, puede perdonársele una francachela el sábado por la noche. Voy a definirle un pueblo cristiano previniendo su réplica contraria. Lo opuesto de un pueblo cristiano es un pueblo triste, un pueblo de viejos. Acaso me objete que la definición tiene muy poco de teología. De acuerdo, pero basta para hacer reflexionar a los caballeros que bostezan los domingos en misa. ¡Claro que bostezan! No querrá que en una mísera media hora semanal, la Iglesia pueda enseñarles alegría... E incluso si se supieran de memoria el catecismo del concilio de Trento, no estarían probablemente más alegres...