Cuando hablábamos juntos escuchabas siempre atento. Parecías aterrado de perderte una sola palabra, como si yo pudiese enseñarte algo absolutamente esencial. Podía ver cómo cavilabas después, con esa mirada tuya demencialmente despierta y concentrada, te llevabas contigo lo que yo le había dicho a la base donde estaba erecta esa escultura que eras tú. Incrustabas piedras azules en el barro húmedo.