Gatopardo Ediciones

  • Luis Felipeцитируетв прошлом году
    Pero, como he descubierto una y otra vez, lo que uno piensa y lo que uno siente pueden disociarse radicalmente ante el dolor.
  • Luis Felipeцитируетв прошлом году
    sentirse viejo (a diferencia de serlo de verdad, que puede ser un estado completamente sa­tisfactorio) es sentir que tanto tus días como la cantidad de alegría que te queda están menguando.
  • Gaby TeDeцитирует5 месяцев назад
    Las cosas que me importan las llevo dentro, encerradas bajo el pecho como si fuese una tumba, un lugar de permanencia, mi cofre del tesoro en forma de ataúd.
  • Lucíaцитирует2 года назад
    Unas veces pagas con dinero. Otras, con dignidad.
  • Luis Felipeцитируетв прошлом году
    lo que me impactó fue que algo tan triste pudiera ser el curso normal y necesario de los acontecimientos.
  • Majo y Sahianцитируетв прошлом году
    La miraba y sentía una llamarada salvaje de adoración, gratitud y ternura, e incluso, por improbable e incómodo que fuera dadas las circunstancias, de deseo. En la salud y en la enfermedad, pensé: he aquí finalmente alguien a quien amaría en cualquier circunstancia.
  • Lucas Molina Muneraцитирует23 дня назад
    A veces, en la delicada figura pintada en el fondo de la tacita china, los demás advertían una extraña condición animalesca. Alfred Richard Orage —que publicó sus primeros cuentos— la llamaba the marmozet, el tití. Virginia Woolf escribió: «La mujer inescrutable permanece inescrutable. Diría que es una especie de gato, extraño, reservado, siempre solitario, observador». Un mono, un gato. Con siete años de diferencia, Orage y Woolf tuvieron la misma impresión, advirtieron en ella esa imperturbabilidad enigmática, esa hostilidad hacia el hombre, esa extrañeza ante la vida, esa pertenencia a mundos misteriosos y remotos que pueden ser tan propios de un animal como de un escritor. Mientras los demás hablaban, brillaban y se abandonaban a los fuegos artificiales de la fantasía, ella permanecía callada, «silenciosa y esquiva». Se había convertido en una experta en el arte de escuchar como si no escuchase, sentándose un momento en la vida de los demás: mientras posaba su negra mirada de pájaro en todas partes, hacía acopio de todo lo que decían o hacían los demás con el fin de reunir los pequeños «granos» vivientes de la realidad en el molino siempre en movimiento de su memoria, del cual extraería luego la exquisita harina de sus relatos. Como los gatos, era discreta. Consideraba que jamás deberíamos hablar de nosotros con nadie, pues si hablamos, los demás irrumpen enseguida y pisotean como vacas la hierba de nuestro jardín. «¿Por qué insistes en negar tus emociones? ¿Te avergüenzas de ellas?», pregunta alguien a uno de los personajes de sus cuentos. El personaje (es decir, Katherine Mansfield) responde: «No me avergüenzo en absoluto, pero las tengo guardadas en un cajón y las saco sólo de vez en cuando, como los tarros de mermelada muy especiales, cuando la gente que aprecio viene a tomar el té».
  • atlasrx018цитирует3 месяца назад
    Cómo entramos y cómo salimos, sexo y muerte:
  • Lucas Molina Muneraцитирует24 дня назад
    Todo estaba perdido. Fitzgerald era siempre culpable de las cosas que, sin tener él la culpa, se le escapaban, y de las luces que se desplazaban de un lugar a otro del mundo. «No se puede tener nada —decía Anthony Patch en Hermosos y malditos—, nada en absoluto [...]. Es como un rayo de sol que entra en una habitación y se desplaza por ella. De pronto se detiene y baña de oro algún objeto carente de interés, y nosotros, pobres idiotas, tratamos de apresarlo. Sin embargo, cuando lo hemos hecho, el rayo de sol se desplaza hacia otro lado, y tú te has quedado con el objeto insignificante, pero aquel resplandor que te hizo desearlo se ha desvanecido ya...» Nada hay más doloroso que ese rayo que se desplaza y las heridas que nos infligimos persiguiéndolo. Quien escribe poemas y cuentos busca las luces que se desplazan, los destellos, los reflejos, mientras escucha con una atención cada vez mayor algo que suena al fondo, la poderosa o imperceptible música trágica de las cosas perdidas. Si la cultivamos intensamente, la literatura nos otorga ese privilegio: «Las cosas resultan más dulces una vez que las has perdido». A medida que pérdidas, fallos, renuncias y derrotas se suceden, encontramos a nuestro alrededor, como un regalo o un tesoro que sólo a nosotros nos pertenece, una dulzura cada vez más profunda que nos invade el alma.
  • Lucas Molina Muneraцитирует24 дня назад
    Seguimos creyendo (también Fitzgerald lo creía) que su arte era sobre todo un don. «En cada uno de mis cuentos había una pequeña gota de algo: no de sangre, no de llanto, no de mi semen, sino algo más íntimamente mío que eso», escribió en los Cuadernos. ¿Bastaba, entonces, con abandonarse a la vocación? ¿Y con mover las alas elegantes y heridas, frívolas y dolorosas, como el último discípulo de Keats? Precisamente en los años de la composición de El gran Gatsby, mientras Zelda nadaba y se bronceaba junto a Édouard Jozan, Fitzgerald se convirtió en un fiel discípulo de Flaubert. «Cuando hablaba de la escritura —dijo John Dos Passos—, su mente se volvía límpida y dura como un diamante.» Para Fitzgerald, lo importante en literatura era el empeño: el «trabajo bien hecho, y hecho por amor al arte», el esfuerzo obstinado y prolongado. Lo suyo era «una tremenda lucha, una tremenda lucha nerviosa, un tremendo sacrificio». Ese sacrificio exigía honradez, responsabilidad, conciencia, sentido del deber, cordura, voluntad, precisión. Es posible que de joven hubiera sido una mariposa con las alas cubiertas de polvo iridiscente. Luego se convirtió en un soldado, porque «las condiciones de una vida artísticamente creativa son tan arduas que sólo pueden compararse con los deberes de un soldado en tiempos de guerra». Como dijo Kierkegaard, un artista es «un soldado en la frontera», luchando día y noche, «no contra los tártaros y los escitas, sino contra las hordas salvajes de una melancolía vital».
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