Los sonidos, perfumes, colores, sensaciones que para el común de los mortales son sólo señales aisladas, para el genuino poeta significan manifestaciones o símbolos de una realidad subyacente que intuye como una unidad profunda. A partir de ese momento el poeta deja de ser un constructor de estrofas y rimas o un pedagogo que imparte enseñanzas tranquilizadoras para convertirse en un buceador de oscuridades, un condenado a pregonar verdades que nadie quiere escuchar.