la autoficción no es un encierro ególatra en sí mismo, como erradamente suele creerse, sino que es, por el contrario, un camino de apertura a los demás. Si bien la empresa autoficcional surge de un yo, de una vivencia en primera persona, de una experiencia personal —dolor profundo o felicidad suprema—, siempre va a partir de ese yo para ir más allá de ese sí mismo, es decir, para poder ir hacia un otro.