El sueño es la peor de las cocaínas, por ser la más natural de todas. Así se insinúa en los hábitos con una felicidad que no tienen las otras, probándose sin querer, como un veneno. No duele, no destiñe, no abate —pero el alma que hace uso de él resta sin curación posible, puesto que no hay manera de separarla de su veneno, que es la propia alma.