El rostro humano es un acontecimiento indeterminado, que por tal, escapa de toda noción ontológica. El encuentro con el Otro, da lugar al testimonio, por el cual, los rostros desnudos y sin previa definición, se hacen responsables de la infinitud de significación que en la gloria del instante les sea dado. Por ello, el encuentro con el Otro es responsablemente Donal: "Héme aquí, luego algo te doy".