El impacto de la imaginación femenina en la semilla dentro del útero es menos intenso, argumentaba Darwin, porque su impacto dura un periodo de tiempo mayor y, por lo tanto, es más difusa. Se sigue de aquí que Darwin, en 1801, atribuía el grueso de los nacimientos monstruosos a la imaginación masculina, un punto que adquiere en Frankenstein una relevancia obvia