Gabriela Palafox

¿De qué manera se podría disolver la crisis, sino buscando destruir algo que me fuera muy valioso?

Empiezo a cansarme de respirar entre secretos, de que los secretos ajenos me causen tanta pena, de que tengamos que contribuir al engaño para que nadie sepa lo que somos y, al mismo tiempo, crear la mentira de que somos felices, de que la armonía arropa nuestras existencias

voz de la sangre (imc, 1990), que reúne doce relatos en torno a di

Si hablo de mí, antes de que mi madre me alumbrara, estoy hablando de otra persona, lo mismo que si hablo de mí cuando esté muerto. ¿En la muerte habrá recuerdos de la vida?

PASÓ MUCHO TIEMPO antes de que yo comprendiera cuánto hizo Toña por nosotros. Fue una de esas mujeres que dejan a su gente y a su tierra para ir a servir en una ciudad lejana, para cuidar a los niños de otros y quererlos sin decirlo nunca

Después, un día de tantos se marchan a hacer la cosecha de su milpa y no vuelven más. Son como aves en su última temporada: siempre han ido y venido, hasta que no vuelven más. Sus sentimientos representan un enigma; sin embargo, todo lo suplen con la constancia.

Hasta hoy, creí que los niños se tenían por gusto, que la concepción implicaba un sentido maravilloso y sagrado. No es así: mi madre no contradijo a la vecina.

La niñez puede ser especialmente penosa ¿no es verdad? Siéntate junto a mí y te lo digo todo de una vez.

Durante mi infancia, las tardes de los domingos son melancólicas. En las calles domina el silencio.

A veces, un viento frío barre las hojas caídas. Se diría que la gente y los perros vagabundos comparten un sentimiento de pereza. Una impresión de tiempo varado envuelve los recuerdos de mi niñez.