¿Cómo hacer para que los cuerpos estén, no en el recuerdo, no en la imagen tras los ojos, sino en el lecho, en la piel, en los dedos? En la ausencia apenas cabe encerrar al tiempo ido en una cajita de cristal, prensarlo entre las hojas de un libro, detenerlo en una fotografía, y abanicarlo de tanto en tanto, hasta que se despierte y nos reintegre al olor, al matiz, a la sensación del instante buscado; o confundir sitios, nombres, fechas, lluvias, como escolares que revuelven una historia con otra y la verdadera con su propia fantasía y el aburrimiento en clase.