Cuando al atravesar las páginas de un libro el lector duda de si debe reír o llorar, excitarse o calmarse, padecer o gozar, porque no hay notas a pie de página, ni guías turísticos que lo indiquen, es cuando uno puede tener la seguridad de encontrarse frente a una verdadera obra de arte en cuyo interior de nada sirven los recursos morales o estéticos prefabricados.