Robert Musil

Todavía admiro el sistema socialista, pero el día que descubrí que no podía decir una de sus consignas sin bostezar, eludí sus riesgos escapando de vuelta a Alemania, donde el individualismo estaba alcanzando su pico inflacionario.

Las cosas no me iban demasiado bien y por momentos diría que me iban muy mal. Mi madre me escribió varias veces en ese tiempo: no podemos ayudarte hijo, pero si lo poco que heredaras fuera de ayuda, desearía morirme para que lo tengas.

Si examinamos el asunto con mayor detenimiento, sin embargo, no es cierto que cualquiera puede escribir; al contrario, nadie puede.

Contemporaneidad siempre significa copia.

No hay nada en este mundo más invisible que los monumentos. Sin duda están construidos para ser vistos; en verdad, para atraer la atención. Pero al mismo tiempo los impregna algo que repele la atención, haciendo que la mirada simplemente se desvíe sin detenerse siquiera un momento, como gotas de agua de una tela impermeable.

Es, sin embargo, el objetivo de los monumentos más comunes evocar primero un recuerdo, o ganarse nuestra atención y darle un giro religioso a los sentimientos, pues, se supone, es algo así lo que necesitamos; y es en este, su objetivo fundamental, en el que los monumentos siempre se quedan cortos. Repelen la misma cosa que se supone deben atraer. No se puede decir que uno no los ve; más bien que ellos nos “desvían”, eluden nuestras facultades perceptivas: ¡promueven el hurto callejero!

Esto sin duda puede explicarse. Todo lo que perdura en el tiempo sacrifica su habilidad de causar impresión.

En cuestión de días, las fotos que colgamos en las paredes son tragadas por esa pared; muy rara vez nos detenemos frente a ellas y las miramos. Los libros leídos por la mitad que se vuelven a colocar en la espléndida hilera de nuestra biblioteca, nunca serán leídos hasta el final. Incluso, algunas almas sensibles compran un libro porque les gustó el comienzo y nunca más vuelven a abrirlo.

Si son buenas las intenciones de los monumentos, inevitablemente debemos llegar a la conclusión de que nos demandan cosas que van contra nuestra naturaleza, y que para cumplirlas es necesaria una adecuada preparación

En pocas palabras, los monumentos deberían esforzarse más, ¡como todos lo hacemos estos días! Para ellos es fácil estar ahí quietos, recibir miradas ocasionales; tenemos el derecho a demandar más de nuestros monumentos hoy en día. Una vez que hemos comprendido esta idea -que, gracias a ciertas tendencias conceptuales actuales está lentamente surtiendo efecto- reconocemos cuán obsoleto es nuestro arte de la escultura de monumentos en comparación con los desarrollos de la publicidad.