Vanina Bruc

Feliz Navidad, Florence, que por una vez no tienes que hacer lo que te dicen ni lo que se supone ni lo que siempre has sido y vas borracha al volante

Volvió a la casa y se sentó a tomar café en la mesita de la cocina. Estaba dispuesta a conocerse.

cuando suspire, túmbame y escóndeme y pon este otro cuerpo en mi lugar.

El suelo era de barro y las paredes eran de barro y se dio cuenta de que ese había sido su interior, un pozo de lodo y estiércol, y que debía salir de él

Querida Tierra, vuelvo a ti. Ya nada le pesaba. Nefar renacía.

Se arregló rápido, dejó de respirar, se ató uno de sus vestidos antiguos y encima un abrigo formal, propio, correcto para una madre fabulosa de 1978 que conducía y leía en casa y estaba seriamente preocupada por la educación de sus hijas.

Tenía cuarenta años. Tenía mil problemas. Era momento de cambiar.

Eres lo que siempre he querido ser. Y de no serlo, eres la mejor amiga que podría imaginar

Nunca antes nadie le había gustado hasta ese punto, en el que la misma idea del amor le ayudaba por las mañanas, la mantenía en vilo por las noches, la rociaba diariamente con una dosis de vitalidad.

Tenía la mayor de las suertes, que era sentir amor, sentirse viva, sentirse bien, sentir que se preocupaba por alguien y que quería a alguien y que su vida no era tan jodidamente triste como siempre había pensado. No era absurda. Era afortunada