Por asombroso que sea, muchísimos funcionarios, editores, maestros, padres de familia, profesionales y promotores del libro saben que leer es positivo, dicen que es provechoso, pero muchos de ellos están muy ocupados en alabar estas virtudes como para tener tiempo en “haraganear” con una novela, con un libro de poemas, con un volumen de cuentos, con un tomo de ensayos, con una obra teatral, con una obra de divulgación científica, etcétera. Ellos están seguros de que el “hábito de la lectura” es bueno, pero no tienen ni la más remota experiencia de por qué es bueno.