Inmaculada De La Fuente

Es posible que los hijos hubieran hecho de todos modos la comunión, pero las palabras, Moliner lo sabía, no son nunca inocentes, y en medio de la España de la victoria, tan delirante, había que hablar el mismo lenguaje del vencedor y asumir sus códigos; deliberadamente o por descuido, uno se podía exponer a la delación si utilizaba otros calificativos o nombraba las cosas como cuando existía libertad y el mundo no era monolítico, cuando las palabras podían escogerse y unirlas o separarlas a voluntad.

¡Ay, cuantas cosas perdidas
que no se perdieron nunca!
Todas las guardabas tú.
Pedro Salinas

“María Moliner crió a sus hijos como toda madre española, con mano firme y dándoles de comer demasiado, aun en los duros años de la Guerra Civil en los que no había mucho que comer”, escribió García Márquez el 12 de abril de 1981, poco después de que la lexicógrafa falleciera.

El reto era grande: publicar un diccionario escrito por una mujer en la década de 1960.

Hipólito Escolar se ha referido en sus memorias a la claridad de las definiciones de María Moliner y le ha atribuido, entre otros méritos, el acabar con los círculos viciosos y las tautologías del diccionario oficial. Esa circularidad abusiva que tiende a remitir de una palabra a otra sin definir ninguna: “bobo, véase tonto”; “tonto, véase bobo”, de forma sucesiva.

Su sobrina Matilde Arévalo recuerda que, en los días en que la actividad se bloqueaba, María se sentaba en un sillón, junto al balcón, y detenía la vista en sus flores, ensimismada en algo que, sin embargo, transcurría en su interior.

Se ha dicho que el Diccionario fue algo así como su quinto hijo. En la motivación tal vez, en tanto que su inicio coincidió con el fin de la crianza de los cuatro que tenía. En la dedicación, sin duda: le entregó quince años de su vida y estaba dispuesta a seguir trabajando en futuras ediciones.

María Moliner pudo elaborar un interlocutor de ficción para vivir con la intensidad vital e intelectual que precisaba. Un álter ego que acabó teniendo multitud de voces.

Lo que sucedía es que, pese a todo, María no dejaba de entregar mejoras y correcciones.

Entonces uno de los correctores veteranos me dijo: ‘Tú verás lo que haces, pero le vas a dar un gran disgusto a doña María, con lo que te quiere’”. El entonces joven Collantes recapacitó y retiró la nota. En ese tiempo, María Moliner había dejado de ser una mera autora para convertirse en una especie de profesora y de figura materna dotada de autoridad para parte del personal de Gredos. No se la podía disgustar.