Inmaculada De La Fuente

Es posible que los hijos hubieran hecho de todos modos la comunión, pero las palabras, Moliner lo sabía, no son nunca inocentes, y en medio de la España de la victoria, tan delirante, había que hablar el mismo lenguaje del vencedor y asumir sus códigos; deliberadamente o por descuido, uno se podía exponer a la delación si utilizaba otros calificativos o nombraba las cosas como cuando existía libertad y el mundo no era monolítico, cuando las palabras podían escogerse y unirlas o separarlas a voluntad.

¡Ay, cuantas cosas perdidas
que no se perdieron nunca!
Todas las guardabas tú.
Pedro Salinas

El alimento de Moliner es la acción. Necesita trabajar hasta el agotamiento. Asegurar el presente adelantándose al futuro. No está dispuesta a que la guerra lo detenga todo. En especial sus bibliotecas populares. A ellas dirige su pensamiento en un pequeño manual impreso bajo el título de Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas.

El bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a servir y en la eficacia de su propia misión para servir a ese mejoramiento.

Mientras los españoles vivían un presente precario y desolador con un horizonte bélico de incierto final, Moliner piensa en una España que deja atrás la guerra, una España democrática y progresista en la que leer sea un deleite y una convicción moral.

Pero el encargado de una biblioteca que comienza a vivir ha de hacer una labor mucho más personal, poniendo el alma en ella. No será esto posible sin entusiasmo, y el entusiasmo no nace sino de la fe.

María Moliner, sin embargo, abandonaría pronto la Oficina. La dejó en noviembre de 1938 a causa de una disputa con la delegación de Madrid. En la capital querían enviar lotes de libros a partidos políticos y entidades sindicales, algo que se salía de los fines para los que había sido creada.

La amistad proseguía, pero al mismo tiempo se reacomodaba: necesitaban recolocar sus expectativas en un ambiente en retroceso, gris, mediocre e intimidatorio.

Una ideología que, siendo progresista, pocos se atrevían a definir o encerrar en unas siglas. Y que sin embargo le iba a caer encima como un arma arrojadiza para castigar su osadía de querer una sociedad mejor dándoles libros a quienes los demandaban.

Al quedarse, el silencio las hizo invisibles.