Inmaculada De La Fuente

Es posible que los hijos hubieran hecho de todos modos la comunión, pero las palabras, Moliner lo sabía, no son nunca inocentes, y en medio de la España de la victoria, tan delirante, había que hablar el mismo lenguaje del vencedor y asumir sus códigos; deliberadamente o por descuido, uno se podía exponer a la delación si utilizaba otros calificativos o nombraba las cosas como cuando existía libertad y el mundo no era monolítico, cuando las palabras podían escogerse y unirlas o separarlas a voluntad.

¡Ay, cuantas cosas perdidas
que no se perdieron nunca!
Todas las guardabas tú.
Pedro Salinas

Le llamaban “la roja” en la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros. Algunos, los enterados, sabrían que había perdido dieciocho puestos en el escalafón por haber sido leal al gobierno de la República.

No eran tiempos propicios para empresas culturales. Cossío ya lo había advertido: “El fanatismo lo perdona todo menos la inteligencia”.

La lexicógrafa calculaba en sus comienzos que su redacción le llevaría unos seis meses, como mucho un par de años. No estaba mal, se decía ella misma. Pero aquellos seis meses se convirtieron en quince años.

En aquellas tardes traspasadas de melancolía debió de barajar alguna vez la idea de escribir algo de pedagogía o algún otro tipo de ensayo. Pero sería la obra de una roja, de una depurada, y María Moliner había interiorizado la amenaza de la censura.

Optó entonces por hacer algo a lo que nadie se pudiera oponer por consideraciones políticas.

“Es necesario que, en un momento dado, mi madre reflexione sobre lo que es la vida, o lo que sea, para tomar la decisión tremenda de hacer un diccionario en un país donde existía ya el Diccionario de la RAE”

Dadme todas las palabras habladas e incluso soñadas y yo pondré orden y sentido en su aparente caos: las revisaré, las confrontaré con las del Diccionario de la RAE, las redefiniré y finalmente las organizaré por familias. Ese será mi Diccionario. Un diccionario único en el mundo.

Las mujeres casadas que, como María Moliner, abordaban una tarea intelectual, tenían que hacerse un hueco, inventarse su espacio.