En realidad no existe movimiento alguno. Como la tortuga de la paradoja de Zenón, no nos movemos en dirección alguna, apenas peregrinamos hacia el interior de un momento y no existe un final, ni un objetivo. Lo mismo podría aplicarse al espacio: ya que a todos nos separa la misma distancia del infinito, tampoco existe ningún «en alguna parte»: nadie permanece anclado en un solo día ni en un solo lugar.