“Abuela…
¿en qué cueva fue a parar tu alma?
¿De qué se murió tu nahual?”
Esas fueron las últimas palabras que le dije.
Su muerte sacudió mis sentimientos:
pude palpar su silencio, su dolor.
Camino a su entierro,
la lluvia arrastró sus días tristes;
se llevó cada trozo de sufrimiento.
Su cuerpo acabó ahogado
en un charco de lodo
con todas sus historias.
Ha muerto mi abuela:
mujer de rostro olvidado.
Yo no quería que muriera
con tantos silencios
enterrados en su corazón.
No pude hacer nada.