Andrea Kottow

De alguna manera, la escritura renuncia, quizás como las mentes cuando abandonan la linealidad del tiempo y la sujeción a la vida en tanto memoria, a la causalidad y el hilvanar temporal.

El Alzheimer es una insistencia patética en un presente constante.

Probablemente sea el corazón —sugiere Nancy, en oposición a la mente— el órgano que simbólicamente ha sido privilegiado para señalar el asentamiento del yo: “Te lo digo de todo corazón”; “con el corazón en la mano”; “desde lo más profundo de mi corazón”.

Se apunta a un lugar donde el yo se hallaría en su plenitud, donde no puede traicionarse a sí mismo.

Como si confiáramos más en los conocimientos que provienen de los lados más recónditos, de los cuales renegamos y que necesitamos marginar para poder cumplir con las exigencias de la vida cotidiana.

Sin padecimiento, pareciéramos creer nietzscheanamente, no hay conocimiento.

¿Es la melancolía una condición que lleva al hombre a destacarse por encima de otros?

La enfermedad encarna así el modelo del desadaptado, de alguien marcado por un signo de la diferencia absoluta.

Nuestras neurosis, obsesiones e histerias son, más que estados patológicos, formas de habitar nuestras biografías, marcas que se inscriben en nuestros cuerpos y que muestran, contra nuestra voluntad y al margen de la conciencia, las formas en que se despliega nuestra historia de vida.

La relación que entablamos con otros, con nosotros mismos, con la cultura, la manera en que encarnamos nuestro cuerpo tiene algo enfermizo, algo que interrumpe la ilusión de una salud perfecta.