Nada hacía pensar que hubiera algo siniestro entre aquellas paredes. Pero lo había. Algo más sutil que la oscuridad, más imperceptible que los horrores de la dejadez y la putrefacción, y más inquietante que la humedad o los ruidos nocturnos. Y como en las buenas películas de miedo, ese algo tardó en aparecer y nunca llegó a definirse del todo