Bajo el Antiguo Testamento o Alianza, Dios pacta directamente con una sola nación e indirectamente con las demás; bajo el Nuevo Testamento Dios pacta con todas las naciones. Bajo el Antiguo Testamento o Antigua Alianza la justificación viene por la ley; en el Nuevo Testamento la justificación viene por la gracia. El Antiguo Testamento pone el énfasis en hacer determinadas cosas ordenadas por Dios; el Nuevo Testamento pone el énfasis en ser algo. El Nuevo Testamento generaba expectativas; el Nuevo las cumple. El Antiguo espoleaba un anhelo en los corazones; el Nuevo lo satisface. En el Antiguo el hombre buscaba a Dios; en el Nuevo Dios busca al hombre. En el Antiguo se condenaba al hombre pecador; en el Nuevo se le libera del pecado. Si solo contáramos con el Antiguo Testamento, tendríamos una cerradura sin llave, una historia sin argumento, una promesa incumplida, una semilla sin fruto. Si contáramos con el Nuevo Testamento sin el Antiguo, sería un final sin comienzo, un cumplimiento sin promesa, una superestructura sin fundamento. Como se dijo hace tiempo:
El Nuevo está escondido en el Antiguo,
el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo;
el Nuevo está contenido en el Antiguo
y en el Nuevo está explicado el Antiguo