Tenía razón. Si la mujer alemana se conformaba de veras con medio año, el hecho de admitirla no chocaba con lo ético, y encima debería estar contento por el dinero adicional. Sin embargo, no lograba sacudirme el disgusto. ¿Cómo se había atrevido Madame Surrugue, en contra de mi expreso deseo, a meter a la fuerza todavía una persona más en esa vida que yo intentaba despejar?