Joan Roca

Al sentirse incapaz de distinguir la verdad de la mentira, el electorado escoge a sus políticos basándose en factores más emocionales. Y es que, cuando perdemos confianza en nuestro cerebro, nos dejamos guiar por las tripas y el corazón.

Los partidarios de las teorías de la conspiración, pues, hacen dos asunciones que son totalmente correctas: que verdades importantes a veces están ocultas, a menudo tras mentiras deliberadas, y que los que las ocultan lo hacen para proteger sus propios intereses.

El problema deriva, en parte, de la incapacidad de apreciar que tener buenas razones para creer que hay numerosas verdades ocultas no es motivo para creer en las teorías que afirman haberlas descubierto. Cualquier conjunto de cosas que creemos que son verdad pueden ser falsas porque alguien nos está engañando. Pero en ausencia de buenas pruebas de que algo está oculto, es muy precipitado asumir que lo está.

Uno de los desafíos perennes de ser un pensador crítico es ser adecuadamente escéptico sin ser indiscriminadamente cínico.

Cuando pasamos de lo primero a lo segundo, cambiamos una credulidad por otra, pasamos de estar demasiado dispuestos a comprar la versión oficial a estar demasiado dispuestos a aceptar cualquier alternativa a ella.

Una falta de certidumbre es, por tanto, parte del trato de la verdad empírica. La necesitamos para tener la posibilidad real de tener conocimiento sobre el mundo. Las certezas absolutas solo pueden obtenerse sobre asuntos puramente conceptuales, como en axiomas matemáticos o leyes lógicas.

Hay que subrayar que el principio empiricista de que la experiencia sea el árbitro de la verdad no debe confundirse con la falacia de que ver es creer. Yo confío en todo tipo de cosas que sé sobre el mundo sobre la base de experimentos científicos que no he presenciado, y confío en ellas mucho más incluso que en algunas cosas que parece que han acontecido claramente ante mis ojos. He visto como serraban a un ser humano en dos mitades. No tengo ni idea de cómo se hizo, pero sé que fue un truco, una ilusión. Tampoco el hecho de que más personas hayan presenciado lo mismo hace que la fundamentación empírica sea más sólida.

«Datos» no es el plural de «anécdota», como les gusta decir a los científicos. La base de nuestras afirmaciones sobre lo que es verdad, por tanto, tiene que ser la totalidad de las evidencias relevantes para el caso, no solo las evidencias que nos resultan más evidentes a nosotros en ese momento, sin importar cuántos seamos «nosotros».

La verdad empírica es demasiado modesta para afirmar una certeza absoluta, y eso la hace todavía más admirable.

Igual que las palabras pueden cambiar verdades, nuevas verdades pueden cambiar palabras. Cuando las parejas del mismo sexo pueden casarse, el significado de «matrimonio» cambia, creando nuevas verdades sobre lo que se requiere para casarse. Se crean verdades constantemente, que cambian la realidad para mejor o para peor. Las verdades sobre la desigualdad económica no son meros hechos de la naturaleza, están creadas por decisiones políticas. «Los hechos sobre el terreno» se modifican mediante construcción, bombardeos o políticas públicas.