. Llegó a decirme más de una vez “Si estuvieras conmigo…”, y me enumeraba cosas que me hacía desear. Que me llevaría el desayuno a la cama, que nunca me dejaría trabajar de más, que me compraría ropa. No eran promesas, era un juego desalmado que consistía en contarme lo que tenía para ofrecer a otro, no a mí. Un verano, por ejemplo, me escribió que me llevaría en el caño de la bicicleta. Como muchachos en una película del neorrealismo italiano, pensé. Pero, ¿qué bicicleta? ¿Cuándo? ¿Dónde? Lo entendía como una estampa imposible. Era el tipo de cosas que tomaba como sustitutos de expresiones de amor