Valeria Correa Fiz

Y Esteban, siempre Esteban, que luchaba contra algo secreto que le carcomía el cuerpo, y que por el momento le había ganado las manos.

. El olor, esa polea invisible.

Pero el núcleo duro de su mala suerte radicaba en su búsqueda desesperada de la felicidad. Y, ya se sabe, no hay nada peor que ser feliz.

Estaba enfermo, pero era rabiosamente joven.

Al final terminé por hablarle de mi Roberto, de la felicidad –al principio, torrencial y luego menuda, como la lluvia de otoño– y de la luz sucia de la desgracia cuando terminamos.

–Al final, no sé si te pasa, lo más difícil es aceptar que este cuerpo es el tuyo.

Lo peor de estar enfermo es la conciencia de tu cuerpo a todas horas, saber que uno no es más que un pedazo de carne doliente o maltrecha.

–Perdí las manos, ¿y si pu

pudiera también perder el resto del cuerpo? –continuó.

Visto a la distancia, qué asco, qué grandísimo asco es la felicidad).