Natalia García-Freire

A veces quiero meter la cabeza en una maceta y ver si me nace algo. No lo sé. Siento que tengo dentro de mi cuerpo otro cuerpo. Que se expande.

Cuando todo enmudece, cuando la gravedad de los
hechos rebasa con mucho nuestro entendimiento e incluso
nuestra imaginación, entonces está ahí, dispuesto,
abierto, tartamudo, herido, balbuceante, el lenguaje del dolor.
Cristina Rivera Garza, Dolerse: Textos desde un país herido

El silencio es una virtud, Julita. Lo que no dices es verdaderamente tuyo. Nadie te lo puede quitar.

Sábado me habló. Con los ojos, Julita, hay que saber mirar a estas criaturas para que te cuenten el secreto del mundo. ¿Sabes qué me ha dicho? Que cuando lo atraparon se apagó el cielo y ahora yo soy su cielo.

A veces quiero meter la cabeza en una maceta y ver si me nace algo. No lo sé. Siento que tengo dentro de mi cuerpo otro cuerpo. Que se expande.

Estás obsesionada con un fantasma. Que es un poco mejor que estarlo con un hombre, aunque los dos pueden hacerte creer que estás loca.

No es la muerte a lo que le tememos, sino a las horas en las que duerme con el estómago revuelto, en las que sueña con quién sabe qué infancia inventada o perdida, las horas en las que tiene la certeza de que morir no es lo peor.

En el Pabellón C, no hay cuchillas de afeitar, ni cortaúñas, ni nada que pueda dejar que nos hagamos daño. El daño ya viene hecho.

Bajo la piel viva de Romina, había un corazón pequeñito. Digo corazón porque latía. Late, se inflama y palpita. Y porque era igual a los corazones que hay en los carteles de la enfermería. Corazón sano, mente sana, vida sana. Lo saqué de ahí y lo puse en la palma de mi mano. Era del tamaño de una uña, como un corazón de ave

No hay peligro alguno, a Loli no le gusta el fuego, sino quemarse.