El 22 de enero de 1901, un día intensamente frío, la reina se encuentra postrada en su lecho gravemente enferma. Le acompañan sus hijas Lenchen, Luisa y Beatriz, quienes se encargan de pronunciar por turnos los nombres de todos los miembros de la familia reunidos en la habitación. A las seis y media de la tarde, Victoria fallece en los brazos de su nieto mayor el káiser Guillermo II, que la ha sostenido durante dos horas mientras perdía y recobraba el sentido. Minutos antes la anciana dama ha abierto los ojos apenas unos segundos para mirar a su hijo el príncipe de Gales, que permanece en pie a su lado. Una sola palabra sale de sus labios antes de expirar: «Bertie», el cariñoso apodo de este hijo al que siempre ha menospreciado y con el que nunca se ha entendido.