Comprendía que todo lo que provenía de su abuela, desde su tono de voz, la posición de su cabeza y sus hombros hasta la respiración, emitía en conjunto un mensaje que, si bien era difícil de sintetizar en una sola frase, le recriminaba que se atreviera a codiciar lo que pertenecía a su nieto varón. Su hermano y todo lo suyo era valioso y, por tanto, no era accesible a cualquiera; y Kim Ji-young se sentía menos que cualquiera. Igual que su hermana.