El cristianismo, religión de humildes, había reconocido a todos los seres el derecho a la felicidad, pero esta felicidad la colocaba en el Cielo, lejos de este mundo, valle de lágrimas. La Revolución y sus herederos, los socialistas ponían la felicidad en las realidades inmediatas de la tierra, lo mismo que los antiguos, y hacían partícipes de ella a todos los hombres, lo mismo que los cristianos.