Los fosos nos demuestran que nada es permanente. Eso dice Diocles. Nos demuestran que la gloria y el poder no son más que sombras proyectadas sobre un muro. Y me gusta el olor. Es atroz, pero atroz de una manera maravillosa. Huelen a victoria y a cosas aún mejores. Todos los siracusanos sienten lo mismo al olerlo. Hasta los esclavos lo sienten. Rico o pobre, libre o no, en cuanto te llega el tufillo de los fosos, tu vida te parece más afortunada; tus mantas, más cálidas; tu comida, más sabrosa. Te van bien las cosas o, al menos, mejor que a esos atenienses.